Agaete volvió a ser, como cada 4 de agosto, el epicentro de la fiesta en Gran Canaria con La Rama, una fiesta que mezcla lo sagrado con lo humano, y que reunió, según datos de la Policía Local, a más de 50.000 personas, en una jornada que, como es habitual, tuvo de todo: música, tradición, risas, y muchas ramas verdes llenando de alegría el cielo.
Tal y como manda la tradición, todo comenzó temprano. A las cinco en punto de la mañana, un volador lanzado desde el ayuntamiento rompió el silencio y marcó el arranque de La Diana. Las calles se inundaron de música con bandas como Guayadera, Agaete o Clandestina, y de la alegría contagiosa de vecinos y vecinas que ya anunciaban un día grande.
Charangas, eucalipto, laurel, mimosa y brezo
La Bajada de La Rama arrancó oficialmente a las 10:00h de la mañana. Miles de personas bajaron desde la montaña al son de las charangas, cargando ramas de eucalipto, laurel, mimosa y brezo, como estandartes de una identidad que, con los años, se ha convertido en referente cultural en las Islas Canarias. Las ramas se agitan y también se sienten, siendo el símbolo de una herencia viva que ha ido pasando de generación en generación.
En cabeza de la multitud, como siempre, los papagüevos, los famosos gigantes cabezudos de cartón piedra que aportan colorido, ritmo y un punto de fantasía a la celebración. Detrás de ellos, la gente baila, canta, se mueve con intensidad y ríe. A veces, incluso se emociona. Porque La Rama no se vive solo como una fiesta, sino como un reencuentro con las raíces, una forma de celebrar la vida junto a los que están y de honrar a los que ya no están.
Los fuegos artificiales iluminaron el Puerto de las Nieves
Con la llegada de la noche, el ambiente tomó un nuevo pulso con La Retreta, el broche de oro de la jornada. Luces, música, baile y una emotiva ofrenda simbólica al mar, que remite al ancestral rito aborigen de pedir lluvia, marcaron el cierre. Ya bien entrada la madrugada, el cielo se encendió sobre el Puerto de Las Nieves con el estallido de los fuegos artificiales, donde, una vez más, el fervor colectivo y las emociones compartidas se convirtieron en protagonistas.
Así, un año más, Agaete volvió a escribir su propia historia colectiva, esa que se transmite en forma de ramas al viento, de abrazos bajo el sol y de miradas que se cruzan entre generaciones. La Rama sigue viva, más viva que nunca, como símbolo de pertenencia, de memoria y de celebración compartida.