En este momento estás viendo “La agricultura no es un trabajo del pasado, es una opción de futuro. Y las mujeres jóvenes tenemos mucho que decir y hacer en él”, Ariadna Hernández, agricultora de Tenerife.

“La agricultura no es un trabajo del pasado, es una opción de futuro. Y las mujeres jóvenes tenemos mucho que decir y hacer en él”, Ariadna Hernández, agricultora de Tenerife.

En un momento en que muchas miradas se alejan del campo, Ariadna Hernández ha decidido volver la suya hacia la tierra. Agricultora de Tegueste (Tenerife), representa a una nueva generación que no solo mantiene vivo el legado familiar, sino que lo proyecta hacia el futuro con innovación, orgullo y convicción.

Desde su puesto en el Mercadillo de Tegueste, donde vende berros, fresas y hortalizas, Ariadna reivindica el valor del trabajo agrícola como una forma de vida digna, sostenible y profundamente conectada con el territorio. Su historia es la de muchas mujeres que, desde el esfuerzo diario, sostienen el campo y le dan un nuevo sentido: el de la continuidad, la igualdad y la esperanza.

En esta conversación, comparte su visión sobre el relevo generacional, el papel de las mujeres rurales y el futuro de la agricultura en Canarias.

TC: ¿Qué te motivó a dedicarte a la agricultura siendo tan joven, en un contexto en el que muchas personas se alejan del campo?

AH: Lo que me motivó fue, en primer lugar, el deseo de mantener vivo el negocio familiar. Mis padres dedicaron años de esfuerzo y sacrificio a trabajar en este sector, y para mí era impensable que todo ese trabajo se perdiera o quedara en el olvido. Además, lejos de verlo como algo del pasado, yo vi un futuro claro en la agricultura. Creo firmemente que el campo tiene mucho por ofrecer, y que, con ideas nuevas, tecnología y pasión, se puede construir una vida digna y sostenible en él. Apostar por la agricultura no fue solo una decisión emocional, sino también una apuesta consciente por un modo de vida que valoro profundamente.

TC: ¿Qué significa para ti continuar con esta tradición agrícola familiar en un momento en que el campo necesita generaciones nuevas?

AH: Para mí, continuar con esta tradición agrícola familiar es una forma de honrar mis raíces y todo lo que mis padres construyeron con tanto esfuerzo. Creo que la gran mayoría de los jóvenes que hoy estamos en el campo venimos de familias agricultoras, y eso nos da un sentido de responsabilidad muy fuerte. Sabemos lo que cuesta sacar adelante una explotación y también lo valioso que es no dejar que se pierda. En un momento en que el campo necesita relevo generacional urgente, siento que aportar desde mi lugar es una forma de construir futuro, de demostrar que sí se puede vivir del campo y que vale la pena luchar por él.

TC: ¿Cómo fue el proceso de incorporarte a un espacio tan reconocido como el Mercadillo de Tegueste, y qué papel crees que juegan estos lugares en acercar la agricultura a la gente?

AH: Mi familia, con mi hermana al frente, se incorporó al Mercadillo de Tegueste casi desde su apertura, en 2004. Yo tenía 15 años en ese entonces. Aunque estaba estudiando, siempre colaboré con el negocio familiar, así que viví muy de cerca ese proceso. Todo surgió de manera muy natural: teníamos un producto que ningún otro agricultor ofrecía en ese momento, y desde el propio mercadillo nos contactaron para ver si queríamos venderlo allí.

El comienzo fue duro, como suele pasar con cualquier proyecto nuevo. El mercadillo acababa de abrir y todo estaba por construirse. Pero con el tiempo y mucho trabajo, se fue consolidando. Hoy en día es un punto de venta muy reconocido, valorado en toda Canarias, gracias a la buena gestión que se ha mantenido durante más de dos décadas.

Creo que espacios como el Mercadillo de Tegueste son fundamentales para acercar la agricultura a la gente. No solo permiten al productor vender directamente, sino que también crean un vínculo entre el consumidor y el campo, mostrando el valor real de los productos locales, frescos y de temporada.

TC: ¿Desde tu experiencia, qué aporta trabajar en contacto directo con los consumidores, frente a otros modelos de venta más alejados del campo?

AH: Trabajar en contacto directo con los consumidores es muy enriquecedor, aunque también supone un gran sacrificio. No solo hay que producir, sino también vender, y eso implica un esfuerzo constante por mantener la calidad y ofrecer variedad durante todo el año. Es un modelo exigente, pero tiene algo que otros no, y creo que es el trato humano.

Cuando vendes directamente, ves la cara de quien consume lo que cultivas, escuchas sus opiniones, valoras su fidelidad y también sus críticas. Esa cercanía crea una relación de confianza que no se logra en los modelos de venta más impersonales. Además, te permite explicar tu trabajo, contar de dónde viene el producto, y hacer visible el esfuerzo que hay detrás de cada cosecha. Eso, para mí, le da un sentido mucho más profundo a lo que hacemos en el campo.

TC: Las fresas, los berros y las hortalizas frescas son parte de tu sello. ¿Qué valor le das a trabajar con producto de cercanía y de temporada?

AH: Para mí es un orgullo trabajar con productos como los berros y las fresas, que son especialmente exigentes y complicados de cultivar, pero que también son muy valorados por los clientes. Esos dos productos se han convertido en parte de mi identidad como agricultora. De hecho, actualmente soy la única que vende berros en el Mercadillo de Tegueste, lo cual también representa una gran responsabilidad.

Trabajar con producto de cercanía y de temporada no solo garantiza frescura y sabor, sino que también permite respetar los ciclos naturales y reducir el impacto ambiental. Además, es una forma de cuidar la economía local, de ofrecer alimentos con una historia detrás, y de reforzar el vínculo entre el campo y la mesa. Creo que cuando el consumidor conoce el origen real de lo que consume, el valor del producto cambia por completo.

TC: ¿Qué importancia le das a visibilizar que las mujeres están no solo presentes, sino liderando proyectos agrícolas?

AH: Para mí es fundamental visibilizarlo, aunque también creo que las mujeres siempre han tenido un papel clave y muchas veces protagonista en el sector agrario, aunque no siempre se les ha reconocido como tal. Yo lo he vivido desde casa. Mi abuela, por ejemplo, fue quien gestionó la economía familiar y trabajó duramente en la ganadería y la agricultura, incluso innovando con nuevos cultivos en su época.

Mi madre siguió ese camino, y fue una de las primeras agricultoras en Canarias en instalar un sistema de hidroponía en su explotación. Ambas fueron mujeres pioneras, fuertes, que no esperaron a que nadie les abriera camino, y eso para mí ha sido una inspiración directa.

Hoy muchas mujeres estamos al frente de explotaciones agrícolas, tomando decisiones, liderando equipos y apostando por la innovación. Visibilizar esto no solo es justo, sino necesario, para que las nuevas generaciones vean que en el campo también hay espacio para el liderazgo femenino.

Sinceramente, me enorgullece que se le esté dando cada vez más visibilidad y repercusión a este día. Las mujeres rurales han estado siempre ahí, sosteniendo familias, fincas, economías locales, muchas veces desde el silencio y sin el reconocimiento que merecían. Que ahora se hable de nosotras, que se nos escuche y se valore nuestro trabajo, es un paso importante.

Pero también hay que decir que la realidad del día a día sigue siendo otra. Aún queda mucho por avanzar, sobre todo en estereotipos que todavía persisten. Formar parte de este colectivo es un orgullo, pero también un compromiso con seguir abriendo camino y alzando la voz, no solo por nosotras, sino por las que vendrán.

Si algo he aprendido en el campo es que todo lo que vale la pena lleva esfuerzo, paciencia y constancia. Ser mujer, joven y agricultora no es fácil, pero tampoco imposible. Mi consejo para quienes vienen detrás es que crean en su proyecto, en sus raíces y en lo que pueden aportar. El campo no es cosa del pasado: es presente y, sobre todo, tiene mucho futuro si seguimos luchando por él. Y no podemos olvidar que la agricultura es la base de cualquier economía. Es el primer escalón de todo lo que somos. Es alimentación, es paisaje, es cultura, y todos vivan donde vivan dependen de ella. Cuidarla y valorarla no es una opción, es una necesidad.

TC: El 15 de octubre se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales. ¿Qué significa para ti formar parte de ese colectivo?

AH: Siento mucho orgullo de formar parte de este colectivo y de que, poco a poco, se empiece a reconocer públicamente el trabajo de las mujeres rurales. Pero también creo que todavía queda mucho por hacer. Me gustaría que la agricultura se visibilizara de verdad como lo que es: un trabajo digno, esencial y con futuro. A veces, cuando una persona joven, y más si es mujer, dice que quiere dedicarse al campo, la miran como si estuviera loca. Y eso no puede seguir pasando.

Durante años se nos ha metido la idea de que en el campo no hay futuro, y se ha generado miedo e inseguridad en nuestra generación. Cuando en realidad debería haber sido todo lo contrario. Sin agricultura no hay absolutamente nada. Es la base de todo. Y da igual si eres hombre o mujer, lo que hace falta es gente con ganas, con compromiso y con orgullo de trabajar la tierra.

Lo que realmente necesita la agricultura son menos personas dirigiéndola desde oficinas y más gente con las manos en la tierra, trabajando en el campo.

TC: ¿Has sentido que ser mujer en la agricultura supone un reto añadido?

AH: Sinceramente, creo que dedicarse a la agricultura es un reto independientemente de si eres mujer u hombre. Es un sector duro y frágil. Estamos totalmente expuestos a fenómenos meteorológicos que no podemos controlar, a la aparición de nuevas plagas muchas veces provocadas por la importación de productos, y a una burocracia que cada vez nos exige más y nos pone más trabas.

Además, vivimos con la presión constante de inspecciones que, aunque una tenga todo en regla y trabaje de forma legal, te mantienen en vilo. A veces parece que se nos fiscaliza más a quienes producimos aquí que a quienes importan desde fuera sin tantos controles.

Ahora bien, eso no quita que las mujeres hayamos tenido que luchar también contra prejuicios y estereotipos dentro del sector. Pero hoy estamos demostrando que no solo tenemos un lugar en el campo, sino que también lideramos, innovamos y resistimos en un entorno que no siempre es fácil.

Ser agricultora no es fácil, pero lo difícil no es ser mujer. Lo difícil es mantenerse firme en un sector que cada vez exige más y protege menos.

TC: ¿Cómo imaginas el futuro de la agricultura en Tenerife y cuál te gustaría que fuera tu papel en él?

AH: Me gustaría imaginar un futuro próspero para la agricultura en Tenerife, donde realmente se apueste por el campo y se entienda su valor. Ojalá el modelo de turismo que predomine en la isla sea más rural, más conectado con nuestro entorno, con nuestra cultura y con los productos que aquí se cultivan, y menos basado en hoteles y piscinas que poco tienen que ver con nuestra identidad.

Pero también tengo que ser sincera: si seguimos al ritmo que vamos, sin invertir en infraestructuras que apoyen al sector, sin cuidar nuestros suelos, sin soluciones reales para el problema del riego, que es uno de los más urgentes, la agricultura en la isla no tendrá futuro. Y sería una pena enorme, porque tenemos uno de los recursos más valiosos del mundo: nuestro clima. Solo hace falta voluntad política, planificación y apoyo real.

A mí me gustaría seguir formando parte activa de ese futuro. Seguir cultivando, innovando y defendiendo el territorio desde el trabajo diario. Y ojalá también poder aportar desde la experiencia, visibilizar lo que pasa en el campo y ser una voz que impulse el cambio hacia un modelo más justo, más sostenible y conectado con la tierra. Tenerife tiene todo para ser un referente agrícola, pero sin agua, sin inversión, y sin respeto por el territorio, el futuro del campo no está garantizado.

TC: ¿Qué mensaje lanzarías a otras jóvenes para que vean en la agricultura una opción de vida y de trabajo?

AH: Les diría que no tengan miedo. Que, si sienten la conexión con el campo, con la tierra, con el trabajo real y tangible, lo sigan. La agricultura no es fácil, es un camino lleno de esfuerzo, incertidumbre y retos diarios… pero también es muy gratificante. Ver crecer lo que tú misma has sembrado no solo es un acto productivo, es también una forma de vida con sentido.

También es importante que sepan que la forma de trabajar en la agricultura ha cambiado. Cada vez hay más avances tecnológicos que nos ayudan en el día a día, que mejoran la eficiencia, el control y la sostenibilidad. Ya no se trata solo de fuerza física, sino de conocimiento, de innovación y de adaptarse a los nuevos tiempos.

Hay que dejar atrás la idea de que el campo es atraso o sacrificio sin recompensa. La agricultura es conocimiento, innovación, autonomía… Es tener un papel activo en algo tan básico como alimentar a la sociedad. Y eso tiene un valor enorme.

A las jóvenes les digo que sí, que se puede. Que cada vez somos más las que estamos aquí, trabajando, creando, liderando, demostrando que el campo también es un lugar para nosotras.

La agricultura no es un trabajo del pasado, es una opción de futuro. Y las mujeres jóvenes tenemos mucho que decir y hacer en él.

Las palabras de Ariadna resuenan como un manifiesto silencioso por la dignidad del campo y por el papel esencial de las mujeres que lo sostienen. En su voz se mezclan la herencia familiar y la mirada de futuro, la tradición, la innovación y la constancia de quien trabaja con las manos en la tierra.

En el Día Internacional de las Mujeres Rurales, su testimonio recuerda que sin agricultura no hay alimento, ni cultura, ni paisaje. Y que detrás de cada cosecha hay historias como la suya: de esfuerzo y orgullo. Porque, como ella misma afirma, el campo no es cosa del pasado: es presente y tiene mucho futuro si seguimos luchando por él.

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